jueves, 8 de abril de 2010

El dolor sabe a sal

A veces me provoco las nauseas, la mejor manera y la más efectiva es sin duda, oler mi excremento. Lo hago seguido, me siento en el retrete, miro a la pared de enfrente y mientras defeco, me concentro en el olor que emana de mi ano. Es realmente asqueroso, por ende, mientras más lo huelo me doy cuenta de que todo lo que puede salir de mí es oloroso, putrefacto e inservible. Y entonces, vomito, vomito ácidos gástricos, -pues es evidente que la comida salió por otro lado- y me lastimo el pecho mientras me recargo en el mismo retrete donde mi caca y mis líquidos gastrointestinales me enseñan mi esencia. Eso es lo que soy, lo demás es parafernalia que hemos venido adquiriendo sin siquiera pedirlo. ¿Acaso no es cierto? Ni siquiera pedí ser mujer, ni crecer en la familia donde nací, nada de las cosas que realmente me importan han sido mi decisión, y claro, mis decisiones se limitan a las circunstancias de una sociedad de la que tampoco estoy conforme, aunque para ser honesta tampoco es que vaya en su contra, es inútil, no voy a morir de pie, porque nadie lo hace, todos caemos, nuestro cuerpo se rige por las leyes de la gravedad y nuestra mente es una cosa sobrevalorada justamente porque nadie la entiende, es como los escritores que nadie comprende, o los pintores que causan repulsión, se les sobrevalora, se les erige un culto y entonces, nadie pregunta nada más, da por hecho que sirven para algo. Así es la mente, y pueden refutarme, el problema es que no tenemos los argumentos necesarios. Sería, sin duda, una conversación ociosa. Si la acompañamos con un poco de mariguana quizá sería mejor. Pero no puedo fumar mariguana, he dejado de ser una niña a la que los jóvenes le venden un poco de hierba para ligársela. Mi cuerpo no miente, mi edad se nota en mi piel, en mis ojos, en mis huesos. Por más que deseemos ocultar nuestra existencia, ahí está, aunque huyas de todos los espejos del mundo.

A veces también lloro, siento como mi boca se desfigura en un acto mecánico del que no soy dueña, y mi pecho se hunde y se hincha porque mis pulmones piden oxigeno mientras de mi nariz, sale un moco transparente que se resbala entre mis labios. Lagrimas y mocos se entrecruzan en mis labios y la sal de mi propio cuerpo se impregna dentro de mí. Soy egoísta, prefiero beberme, lamerme o chuparme a dejar que mi dolor no sepa a nada. El dolor sabe a sal.

Cotidianamente me enojo. Cualquier cosa es buena: descabezados, malos orgasmos, mi pareja durmiendo mientras veo televisión a las tres de la mañana, el perro del vecino, las putas mujeres operadas que se atreven a exhibir sus inseguridades y son capaces de hacerme sentir gorda, chaparra y fea, cuando debería de estar riéndome de ellas, los productos de venta por televisión que me asombran por el simple hecho de que alguien se atreve a venderlos, mi madre y sus problemas psiquiátricos, mi padre y su machismo pisoteado y su mediocridad mezquina, mi hermano y su mujer escenificando cada capítulo de series televisivas, mis sueños infantiles y la terrible flojera de realizarlos porque sé que no servirán de nada, que no ayudarán en nada y que no se convertirán en nada, porque nada son y la nada no existe. Todo es posible, cualquier cosa puede hacer que de pronto un calor se apodere de mi estómago y me haga vociferar todo el resentimiento que tengo hacia mí misma y que maquillo de errores en los demás. Soy buena en ello, suelo tener la habilidad de decir crueldades y de echarle la culpa a los demás de mis malas decisiones, porque vaya, he de confesarlo, no tomo decisiones y cuando lo hago, las tomo mal. Y no es que sea pendeja, es que soy humana, y me la paso peleándome con la vida, porque cada segundo, cada minuto y hora del día me dice que se está yendo, que cada día falta menos, que mi existencia está contada y que por más que escriba letras, emita sonidos, me mueva todos los días como un ser humano normal para olvidarme de mi sentencia, ahí está, extinguiéndose en el eterno ciclo de la vida, al cual no le importo de más, porque a veces lloro, defeco, vomito y me enojo, como todos los demás.