sábado, 5 de diciembre de 2009

Incógnita número dos

Te beso y tu sabor me parece conocido, como si no fuera la primera vez. Te atraigo hacia mí, y encimo tu cuerpo sobre el mío, quiero sentirte por completo. No quiero, sí quiero, no quiero, y mientras tanto, te beso con la pasión del alcohol en la sangre y las ganas de experimentarte justo ahora, donde el tiempo se suspende y me vuelvo yo.

Tus manos aprisionan mi cuerpo mientras las mías te despojan de tu camisa, tú, te dejas llevar, como si de mí dependiera todo, como si fueras Pilatos en pleno siglo XXI en el microcosmos de la culpa ausente y el deseo desbordado. Sin embargo, no es cierto, tú llevas el ritmo, me recuestas, me tocas los senos, me quitas la blusa y devoras mi cuerpo con la sabiduría de que el tiempo apremia y el ensueño es relativo. El calor me invade, intento quitarte el cinturón mientras tú sigues besándome. Sabes a mí, a ti, a lo desconocido que se torna atemporal pero certero.

Cierro los ojos porque la sensatez quiere emerger, pero tú no la dejas, vuelves a atacar con los movimientos precisos, con el beso profundo, con la caricia perfecta: eres la mezcla de la ternura y la pasión de quien ha vivido más que yo. Se te nota a leguas. Tus manos son imanes que se pegan a mi piel y se adhieren a mis caderas que ya quieren tenerte cerca. Entras con facilidad, y puedo sentir como me llenas por dentro…. Pierdo la conciencia, y con la levedad que se necesita, imprimes tu nombre en mi vientre. Despierto y tu abrazo dulcifica la despedida. Te guardo en la memoria.

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