viernes, 23 de julio de 2010

Cuando el silencio apremia

Escribo por la necesidad de excomulgar a las buenas costumbres que habitan en mí. Permito entonces, que los demonios disfrazados de mujer, encubriendo culturas masculinas- milenarias, me besen, me toquen, me laman y me lleven al extásis de creer que algo importante he dicho. Todo lo contrario. No he dejado de decir sandeces desde hace un rato ya. ¿quién no?

Apenas un leve voto de silencio que me ha durado una semana, para poder regresar a las raíces, sean las que estas sean, y es que, ¿acaso no es verdad que de nada sirven las palabras cuando se pretenden ser leídas para otras y otros? Tengo la necesidad de escribir para mí misma, porque aún no sé quién soy.

Silenciaré mis grandes deseos de opinar por opinar, de decir por decir, de pregonar por pregonar, sin embargo, no firmaré nada, ni me comprometeré ante notarios públicos. Ya vendrá el post, la columna, el poema, o el cuento que me desmientan y se rían de mí por la vulnerabilidad, la egocéntrica humildad, y el desparpajo de seguir aventurándome a arrinconar la mente en el muro de lamentos que a nadie le importan, porque, finalmente, ¿Qué importan mis angustias, mis penas, mis fracasos ante una realidad que me avallasa y me deprime? ¡Qué círculo tan vicioso… que manera de perder mis segundos, que contradictoria, que falaz!

Busco que el silencio apremie, pero las buenas costumbres me acechan y necesito exorcizarlas.

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