sábado, 17 de octubre de 2009

Quizá es la edad

A veces soy más tanática que erótica, quizá es la edad.

Ya no duermo después de la una, más que cuando es estrictamente necesario y no me despierto después de las siete de la mañana, porque hay que llevar a mi hija a la escuela. Ya no como porquerías, busco comida orgánica y sana, pienso en los males del futuro. Tampoco bebo mucho, porque después de todo, me hace un poco de daño.

A veces, cuando menos me doy cuenta, suelo ser más aprehensiva con los semáforos, los cruces, los puentes peatonales, los refrescos, los helados… hace tanto que no como uno que no sea de yogurt. Pocas veces aviento la ropa, tiro las cosas y dejo que la casa sea un asco, pienso en las hormigas, y en que mi perra se va a querer meter todo a su hocico.

Ya no doy consejos, me parecen absurdos, mucho menos doy regaños, uso más bien la retórica. Escucho con paciencia, más bien por que busco material literario, y me quedo callada aunque tenga opinión. ¿Para qué la doy? De todos modos hacen lo que quieren.

Pero, muchas otras veces, especialmente cuando mi hija está en la escuela, tiro cosas, aviento improperios, reclamo actitudes y vocifero crueldades. Otras tantas, azoto puertas, aviento trastes, lanzo las manos al aire y rompo la comunicación con autoritarismo. Termino llorando y luego, atraganto mi dolor en una sarta de sentimientos egoístas, actitudes orgullosas y soberbias y me acomodo la ropa, me quito el cabello de la cara y vuelvo a la normalidad: el sol sigue iluminando las ventanas, el viento sigue siendo brisa que choca con paredes, y él, sigue siendo el mismo.

Entonces, me agobia la rutina, me hartan los instantes y le beso, le acaricio y le pido que me penetre todo: las tristezas, los enojos, los desacuerdos, los planes futuros… que me haga sentir viva y que mi vida vale la pena. Entonces, mi erotismo se hace presente, para después morir en una muerte chiquita que me atrae como el vértigo. Instantes de placer, solo instantes.

Después, soy más tanática que erótica y suelo ir por mi hija a la escuela.

2 comentarios:

  1. Hola:

    La opinión, la opinión... siempre hay que darla, ¿no? Digo, aunque nadie haga caso, al menos sirve para el descanso del alma (ja).

    Saludos.

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  2. Supongo que la edad causa sus estragos, te acuerdas de los estragos de los veinte?. No te acuerdas, porque no habian, jajajaja, creiamos que eramos dioses y teniamos asida la fuente del eterno vivir. Luego, todo, inconcientemente te hace ser mas precavido (mas sabe el diablo por viejo que por diablo), y definitivamente son mas las cosas que no haces que las que aspiras hacer. Siempre me ha gustado la forma en la que narras lo que contemplas, tu derredor, tu interior. Esa muerte chiquita, yo la llamo igual. Besos, chilanga

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emmamogador@gmail.com