Te miro y no puedo dejar de mirarme en tí.
Te he cambiado el corte de cabello, la forma de vestir, tu dieta y la comida orgánica y macrobiótica son tus platillos predilectos. Has dejado la ropa de marca, y de vez en cuando, te ocultas en el jardín a fumarte un puro. Te pruebo y desapruebo tu osadía. Te sientes vencido.
Te escucho y reconozco en tí las revistas que dejo en el estudio, los libros que crítico y las películas que me aburren. Poco hablas, porque con alguien como yo, mucho oyes, mucho aguantas, y poco entiendes. Pero poco te importa, porque entonces, te encimas a mi cuerpo, me buscas, me besas, me penetras, y a tu manera, -nuestra manera- me amas. Eso dices.
No te reconozco, cada vez sé menos de tí.
Luego de 17 años de tener la misma pareja puedo decir que he amado a todas las mujeres que ella ha sido. Desde que era una chavita cachonda con la que me daba encerrones extenuantes (de los que yo salía con las piernas temblando) hasta la profesionista que es hoy, que exige su espacio propio, que fornica solo cuando tiene ganas y que divide su atención entre mi hijo y yo.
ResponderEliminarNo ha sido fácil amarla. Por momentos la he odiado. Especialmente cuando se hace notorio que no me necesita para nada.
A ella le ha pasado igual con mi múltiples yos y me lo ha dicho: ya no le platico cosas tan interesantes, me he vuelto celoso y hace mucho que dejé de ser el tipo gracioso que la hacía reír todo el tiempo.
Ella asegura que me ama todavía. No igual, por supuesto. Yo he llegado a la misma conclusión.
Solemos platicar estas cosas cuando vamos al cine, a la última función de un día cualquiera entre semana, mientras mi suegra se queda durmiendo a mi hijo.
Ella dice estar segura de que me ama y con eso me conformo, aunque a veces yo no la reconozca ni la entienda.
Y es reconfortante leerte... y saber que el amor cambia, se transforma y que ni modo, así es...
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